La mujer que acompaño a Vicente de Ametzaga Aresti  

CAPITULO II

LAS ARENAS, GETXO

Tanto los niños, los padres como los países sufren intensamente con las guerras. Los niños son uno de los sectores de población que mas sufren en las guerras ya que hay muertes, desnutrición, enfermedades y traumas psicológicos al estar forzados  a continuos desplazamientos. Para nuestros padres era una mutilación cultural, añadido el dolor de haber dejado tan lejos y en zona de guerra a sus dos hijas tan pequeñas. Para los vascos la Guerra Civil Española y luego la Segunda Guerra Mundial arrancó de Euskadi a un nutrido y un gran número de intelectuales de los más destacados y prestigiosos.

Mientras nuestros padres partían rumbo a America la tia Juli salió con nosotras de Biarritz. En tren atravesó la frontera con nosotras dos sin tener documentación ni autoridad para sacarnos de Francia. La nueva Ley de Franco ayudaba a tal plan ya que con nuestra entrada España se recuperaba las hijas de los derrotados. Sin embargo Begoña recientemente explicó que la tía Juli pudo hacerlo, porque diseñaba y cosía ropa para la esposa del embajador de España en Francia, José Félix de Lequerica Erquiza, cuando vivían en Paris.  Ahora su intervención hizo posible que la tia cruzara la frontera con dos niñas francesas y 14 baúles de telas, vestidos y diseños suficientes para empezar su negocio de alta costura en Donosti

Lequerica fue a Francia en 1939 como embajador, ocupando después la embajada en el régimen de Vichy aliado de la Alemania nazi. Como embajador se destacó por la persecución implacable a que sometió a los exiliados de la guerra en España. Consiguió la detención de Lluis Companys y otros dirigentes republicanos, entregados a las autoridades franquistas como Julian Zugazagoitia y Joan Peiro que tambien fueron fusilados. El fue enemigo acérrimo del nacionalismo vasco.

            Al otro lado de la frontera nos esperaban el tío Ino y la tía Lola (la foto es del tío con nosotras recién pasadas la frontera, en San Sebastian). La tía Juli decidió quedarse a residir en la bella Donosti abriendo aquí un taller de costura. Ella se quedo con Begoña y a mí me llevaron a Las Arenas, a unos 120 kilómetros de distancia para vivir con los tíos y  el abuelo. Separaron a las dos hermanas sin pensar en la terrible pérdida que ya habíamos sufrido.

            Nuestro abuelo materno había perdido su piso y sus enseres de la “Casa Grande” y fue a vivir a un piso más modesto en el barrio de Santa Ana. Un primer piso en la calle Gobelas #24, mano derecha de Las Arenas. La casa era soleada y clara ya que todas las habitaciones daban al exterior. Tenía tres dormitorios, una amplia sala y comedor, baño y una inmensa cocina que funcionaba con fogones de leña y carbón con amplia fresquera. Con el abuelo vivían su hija mayor, Lola, y su único hijo varón Ino que en estos momentos manejaba las acciones de sus hermanas y la suya propia y era Vicepresidente de la sociedad en Talleres Erandio. Su otra hija Mari se había marchado a Francia y más tarde a Caracas, Venezuela, con su esposo Luis y su hija Ma. Luisa. Ella era profesora de piano y se abriría paso dando clases. En el 4º piso vivía su sobrina Elvira.

             Yo tenía un cuarto amplio con un balcón grande que daba al jardín de atrás con huertas de unos 22 metros cuadrados por familia.  En ellas se criaban pollos, gallinas, o se cultivaban las hortalizas. Al frente de la casa había un jardín grande rodeado por una cerca. Mi cuarto era soleado y grande y lo compartía con la tía Lola. La habitación contenía una cama grande, y encima de la cabecera una recién adquirida pintura del Angel de la Guarda protegiendo dos niños a cruzar un puente peligroso. La tía Lola y yo rezábamos cada noche para que me amparara de noche y de día a mí también, que seria la mayor preocupación de ella; encima de la mesa de luz estaban muchas fotos y todas protegidas por un cristal. La favorita mía era una de ama que llevaba un collar de cuentas de cristal que la tía guardaba y me lo dejó tener. Yo lo miraba a través de los rayos de sol que generosamente bañaban mi cuarto, tratando de imaginar algún paisaje desconocido, el collar era de color verde esmeralda. Complementaba mi cuarto un armario grande, y uno pequeño de juguetes para guardar las ropas de mi muñeca Nicole, un sillón y en un pequeño estante guardaba la colección de los libros de los hermanos alemanes Grimm con cuya lectura me nutrí los siete años que viví en Las Arenas. 

Llegamos a Las Arenas. En un solo viaje me quedé sin padres, hermana, y sin la tía con la cual había vivido desde que nací. Al abuelo parece le hizo ilusión mi presencia en su casa y me llamaba Merceditas, tal vez por recordarle a su lejana hija. En Las Arenas tenia dos tías para cuidarme. La tía Lola, que  decía que yo traía el sol a la casa me apodó “Solete”. Ella estaba a cargo de mi vida religiosa, me llevaba a Misa con ella y visitábamos todas las iglesias de alrededor en Semana Santa, y en el colegio era apreciada por las monjitas, a las que visitaba frecuentemente preguntando por mis adelantos “académicos”. Así como me llevaba a visitar el Santuario de Arrate.

Arrate, que en vasco quiere decir entre piedras, es un monte que esta situado sobre la ciudad de Eibar (Guipuzcoa) con una altitud de 556 metros. Junto a la cima, coronada por una gran cruz de piedra hay una zona de recreo que rodea el Santuario de la Virgen de Arrate. En su interior se venera una imagen de la Virgen desde principios del siglo XIV. 

Allí jugábamos en aquellos bosques de pinos y hayas mochadas, recogiendo moras, a veces con Begoña y siempre con los hijos de la tía Andresa, hermana del tío Pedro. En invierno y con nieve veíamos al tío persiguiendo a los lobos que moraban la región y asistir a clases que el tío Pedro dictaba a los niños de los caseríos vecinos.

El capellán del Santuario de Arrate era Don Pedro Gorostidi (1915-2001) un fotógrafo magnífico y conocedor de primera en electrónica y el funda la primera emisora de radio en euskera en Eibar “Arrate Irratia” a finales de diciembre de 1959. El pintor Ignacio Zuloaga, oriundo de Eibar, probablemente el mas importante pintor vasco de finales del siglo XIX, el dono algunas de sus obras al Santuario entre ellas la pintura de Nuestra Señora de Arrate que se exhibían  en el pequeño recinto del altar.  A la tía Lola y a Elvira les gustaba ayudar a su primo carnal, el tío Pedro, sobre todo en la fiesta especial como la del 8 de setiembre, la Virgen de Arrate. Le visitábamos muy a menudo invierno o verano. Nosotros íbamos en tren desde Las Arenas a Eibar y desde allí subíamos el estrecho y sinuoso camino a la cima del monte Arrate. A Begoña y yo subíamos dentro de las cestas del burro. Nos daban barras de chocolate y algunos Tebeos, historietas dedicadas a la infancia como “Anita Diminuta”, rubia con trenzas que enfrentaba innumerables peligros y horribles enemigos como brujas me imagino para tenernos quietas, mientras las tías iban hablando atrás.  Además de actos religiosos, en que yo participaba en la procesión, había concursos de baile, pruebas de deporte rural vasco, danzas vascas y concurso de bertsolaris.

             La tía Elvira adoraba a los niños, y mentía sin medida para cubrir mis travesuras y me malcriaba trayendo golosinas casi diariamente. Ella estaba a cargo de mi vida social, me llevaba los domingos a la tarde a visitar a mi abuela paterna y a mis primos de Algorta. También íbamos a Bilbao para visitar antiguos amigos de mis padres que tenían dos niñas de mi edad o al enorme mercado de la Ribera. Ir a Portugalete en el transbordador para comer chocolate con churros o asistir a las ferias del pueblo. A mi hermana Begoña la veía cuando había algún acontecimiento familiar o en las fiestas de Navidad. Foto con la abuela María en Algorta.

Esta es mi primera obra de “labores” que hice y mandé a mis padres, y la firma es Merceditas, la fecha es del 31 de octubre de 1941, yo tenía tres años y medio. Ama guardó como un tesoro mis tarjetas de labores.

Nos visitaba a menudo una sobrina del abuelo, la tía Antonia, alta, delgada y usaba bastón, siempre vestida de negro como yo me acuerdo. Cuando nos pusieron teléfono en la casa, tal vez por el color negro ella no lo quería usar para hablar con su hermana que vivía en Madrid porque creía que tal aparato era un invento del diablo.

            Poco menos de un año desde que llegué de Francia empecé el colegio de “La Divina Pastora”. Hoy en día se llama “La Madre del Divino Pastor” y queda enfrente a la que fue casa de mi abuelo. Yo tenía tres años y medio. Me gustaba el teatro y mi primera actuación dije un verso de veinte palabras a la Madre Superiora que aun lo tengo. Parece ser que todos aplaudieron y yo entusiasmada hice lo mismo. Para ahora mi abuelo y yo estábamos creando muchos problemas. Nos entendíamos los dos muy bien, y nadie podía con nuestras fechorías.

Nuestros padres estaban al tanto de lo que hacíamos nosotras dos. La tía Lola escribía cartas y describía con entusiasmo mis últimas hazañas y mi mala conducta, pero añadía mi simpatía sobrepasaba cualquier castigo. (Todavía guardo esa carta). Y la tía Juli escribía los progresos de Begoña. Ella daba menos trabajo que yo.

Foto del colegio como yo lo recuerdo.

El 24 de setiembre, la fiesta patronal de la Virgen de Las Mercedes el pueblo de Las Arenas se vestía de fiesta celebrando con gigantes y cabezudos, toros de fuego, y concurso de cazuelas de caracoles. Con esa idea mis amigos y yo hacíamos concursos de carreras de caracoles. En la huerta teníamos muchos de ellos y los poníamos a trepar la pared de la casa, y pasábamos horas haciendo campeonatos. También jugábamos a las canicas, uno de los juegos más antiguos, o a las tabas, (tabas son los huesos del juego de la rodilla de las patas traseras de los corderos) conocido desde la Antigüedad clásica y uno de los más populares en aquellos momentos entre nosotros. El juego de la escondida lo hacíamos en proporciones grandes, ya que íbamos por todo el centro del pueblo y elegíamos jardines de los chalets inhabitados.  Uno frente a la estación era nuestro favorito, los dueños de estos chalets solamente venían en meses estivales. Hacerle bailar a la trompa era otro pasatiempo favorito.  El heladero del barrio guardaba en el pequeño garaje de nuestra huerta su carrito, y si estábamos todavía afuera jugando cuando él venía nos repartía el helado que le quedaba.

El 28 de diciembre se celebraba en casa con gran pompa el cumpleaños del abuelo.  (La foto de nuestro abuelo con Begoña y yo en el paseo del Muelle en Las Arenas.)  Días antes habían llegado familiares de pueblos y caseríos cercanos para ayudar a la opípara cena. Horas antes en la cocina todas las mujeres alrededor de una palangana enorme mataban y desplumaban pollos y hasta la hora de cocinarlos los dejaban colgados en el balcón para conservarlos frescos, a mi no se me ocurrió mejor idea que agarrar uno y tirarle al perro Txiki de los vecinos de abajo que seguro se relamía olfateando tanto pollo. Yo no me acuerdo lo que pasó cuando llegó la hora de cocinarlos y se dieron cuenta que faltaba un ave, pero seguramente que la tía Elvira me sacó de apuros con alguno de sus famosos embustes.

Con la llegada de dos txistularis de Algorta, se empezaba la fiesta. Al postre una amiga de la familia, María Basañez, tocaba el piano y todos bajo la batuta del tío Ino cantaban el Boga-Boga con solemnidad. La casa estaba llena de gente, muchos habían llegado días antes para ayudar a las tías a preparar la gran cena en honor a nuestro abuelo. Mi hermana y yo seguíamos la juerga saltando en la cama de mi cuarto como yo me acuerdo. La cena duraba hasta las tantas de la madrugada. Se brindaba especialmente por los ausentes. Ama contestaba con nostalgia escribía sobre ello y sus deseos de volver. Las tías le contestaban “pronto será”.

Todo a mí alrededor era bueno y festivo, menos cuando yo visitaba mis amigas y las veía a junto a sus padres, resentía mucho no tener a los míos aunque no era algo que me gustaba pregonar, me sentía triste que no vivían mis padres conmigo. Era tal ansia de tener a mis padres que a veces cuando llegaba del colegio antes de tocar la aldaba de la casa,  gritaba “ama, aita abrirme la puerta” para que mis amigas oyeran y creyeran que mis padres ya habían regresado. Mientras yo vivía todas estas experiencias mis padres estaban en Casablanca, Marruecos, Africa. Ya llevaban seis meses esperando por un barco neutral para cruzar el Atlántico e ir a la Argentina. Ellos habían  estado en un campo de concentración en las afueras de Dakar, Senegal, Africa. Yo no sabía todo eso en esos momentos. A  mi que me gustaban las joyas me puso feliz cuando recibí de ellos un collar de ámbar que todavía lo conservo  Foto con mi muñeca Nicole con la tía Lola en Las Arenas.

             Al día siguiente de Reyes sin tener tiempo para jugar con nuestros nuevos juguetes mi hermana y la tia Juli se iban a San Sebastian y nos daba pena despedirnos. Nos llevábamos muy bien aunque éramos muy diferentes de temperamento, y físicamente. Ella era rubia con grandes ojos color caramelo, cara preciosa y pequeña de estatura, yo era de pelo castaño, pecas, y esbelta. También nuestro estilo de vida era distinto, y ello nos iba a modelar diferente. Ella vivía más aislada de otros niños, porque dejó de ir al colegio después que los niños le llamaban “hija de rojos” con desprecio. Una andereño venía a dar clases a la casa. Ella era más tímida y más tranquila que yo, mi temperamento era mas inquieto, yo era o trataba de ser la líder, y ella me seguía tanto como podía. Necesitábamos ambas la compañía de la otra, pero pocas veces la teníamos.

            Mis padres habían llegado a Buenos Aires, Argentina. Ama escribía a menudo y los tíos les tenían al tanto de nosotras constantemente. Nos anunciaron la llegada de una nueva hermana Arantzazu que había nacido el 21 de enero de 1943 con la cual podríamos jugar pronto. Ellos estaban convencidos que su vuelta era inminente.

El abuelo sufría de arterioesclerosis y usaba en sus últimos meses de vida silla de ruedas. Su muerte fue repentina a los 79 años de edad. A mi me dijeron que el dormía y durante su velada y entierro estuve viviendo con unos amigos de la familia en el piso de arriba y pude ver el funeral por la calle Gobelas, con el sacerdote, los monaguillos con sus cirios y gente detrás vía a la iglesia, pero no creo me daba cuenta de lo que estaba ocurriendo. Yo tenía cinco años. El abuelo falleció sin poder nuestra madre darle el último adiós.

            Un año después de la muerte de nuestro abuelo la tía Lola decidió ir a Caracas para estar con su hermana Mari que estaba muy enferma en ese momento, y ahora se iba de mi vida otra persona que había sido importante para mí. En la casa yo quedaba bajo la tutela del tío Ino y la nueva tía Carmen. Yo quería mucho al tio, y la tia Carmen era muy buena conmigo. Cuando yo no estaba en la escuela iba de compras a la plaza con ella como lo habia hecho con la tía Lola. Llevaba mi pequeña cesta, y casi siempre venia a casa con algunas cosas que las caseras me daban en la plaza. Para cuando volvíamos de las compras la comida ya estaba casi hecha, y olía riquísimo ya que se habían hecho a fuego lento en la cocina de carbón y pronto llegaba el tio a comer con nosotras. Los tíos me llevaban a menudo a pasear a Bilbao, lo que mas me acuerdo es ir al Arenal de Bilbao en la Semana Grande para andar en las calesitas.

            Al tío le gustaba contarme de la época cuando el “Arenas Club” fue campeón de España en 1919, y subcampeón en 1925 y 1927 disputadísimo ganando el Arenas al Barcelona por 5 a 2 en el campo de Racing de Madrid. . Y juntos cantábamos la canción sobre tal evento “…Alirón, Alirón el Arenas Campeón”… El jugaba al futbol en el Arenas Club y tenía una foto grande en la salita de estar con las firmas del equipo. La foto mostraba a los jugadores y me acuerdo de unos pocos de aquellos exitosos tiempos como Peña, Careaga, Monacho y Robus los tres primeros a los cuales llegué a conocer. El Club del Arenas se formó en 1912; primero jugaba en un campo de football en Lamiako, pero pronto se fue al club deportivo de Jolaseta en Neguri. Ama nos contaba de la temporada de gloria de nuestro tío porque una vez metió un gol. Cuando el tío jugaba toda la familia asistía, y le incitaban para que metiera un gol o la tía Lola no le daría la paga.

           También le gustaba llevarme al balcón al anochecer para ver juntos la iluminación fogosa de los Altos Hornos, enormes hornos donde se fundía el hierro, pero a mi el me decía que era el lugar donde iban los que se portaban mal. Una vez me llevó para ver la botadura de un barco al Río Nervion. Fue un momento de gran expectación cuando dejaron caer al barco desde lo alto del dique hasta la superficie de la ría, con horror vimos que se zarandeó bastante hasta que finalmente reposó tranquilo en las aguas.

Por estos días, yo tuve un pequeño accidente que pudo ser grave. Jugando en la casa de mi amigo Miguel A. y se nos ocurrió crear nuestro propio tren poniendo sillas en línea y ‘viajar’ debajo de ellas, tal vez por estar tan cerca de casa la estación del tren y oír sus constantes pitidos.  Una de las sillas tenía un clavo saliente que entró en mi región frontal, sangraba y me dolía mucho y la madre de mi amigo aterrorizada me llevó en brazos por las escaleras, ellos vivían en el tercer piso, mientras yo lloraba inconsolablemente y en medio de mis sollozos llamaba a ama, tenía casi 6 años. Difícil momento para la tía Carmen. Me hicieron las curas, y la cicatriz de un centímetro era visible en la frente, invisible hoy en día.

            Cuando nuestros padres supieron que a Begoña y a mi nos habían separado no les gustó nada porque no estábamos creciendo como hermanas, pero viviendo lejos era difícil para ellos evaluar las circunstancias y estaban muy agradecidos de que nos atendieran bien. Poco después de irse la tía Lola, la tía Juli pidió me invito ir a pasar una temporada a San Sebastian, y decidieron probar solamente por los tres meses de verano, ya que yo iba a la escuela. Abordaba el tren “el correo” en la estación de Atxuri de Bilbao, y cinco horas mas tarde entrábamos en la estación de Amara en San Sebastian. Allá me estaban esperando Begoña acompañada de Contxesi. Ella era una aldeana guipuzcoana euskaldun, y cocinera de primera, la mano derecha de mi tia que adoraba a mi hermana Begoña. Ella y Contxesi se entendían muy bien y hablaban en euskera. Yo sabía algunas palabras que aprendí de mi abuelo, para él el “erdera” era su segundo idioma. Mi hermana estaba feliz esperándome y yo tambien de verla.  

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Gure Ama -Gure Ama1 -Gure Ama2 -Gure Ama3 -Gure Ama4 -Gure Ama5 -Gure Ama6 -Gure Ama7 -Gure Ama8 -Gure Ama9

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I) Vida de Mercedes Iribarren de Ametzaga -Gure Ama - Tributo a nuestra Ama, por Mirentxu Ametzaga 

 

I.1 Vida de Mercedes Iribarren de Ametzaga -Gure Ama

I.2  Life of Mercedes Iribarren de Ametzaga - Our Mother

II) La mujer que acompaño a Vicente de Ametzaga Aresti - por Xabier I. Ametzaga

 

II.1 La mujer que acompaño a Vicente de Ametzaga Aresti

III) Mis manos quieren hablar - mi poema a mi Ama - por Xabier I. Ametzaga

 

III.1 Mis manos quieren hablar - mi poema a mi Ama

IV) Publicaciones en Internet relacionadas 

 

IV.1 Sitio en Internet que lleva el nombre de Vicente de Ametzaga Aresti

IV.2 Los tres Barcos que llevaron a Ama y Aita

IV.3 Travesia

IV.4 Reunion familiar Amezagaeguberriak

IV. 5 Antecedentes

IV. 6 Publicacion en Internet de toda la obra de Aita - la que ella ordeno y recopilo

IV. 7 Publicaciones Xamezaga Editor Internet

 
Sitio en Internet en homenaje a Mercedes Iribarren de Ametzaga.
http://mercedesiribarrengorostegui.blogspot.com
Creacion, Edicion y contacto: Xabier Iñaki Ametzaga Iribarren
e-mail: xabieramezaga@gmail.com
Blog Xabier Amezaga Iribarren: http://xabieramezaga.blogspot.com
Editorial Xamezaga