La mujer que acompaño a Vicente de Ametzaga Aresti  

CAPITULO III

MONTEVIDEO

A las 2 de la tarde el capitán y yo juntos en la cubierta mirábamos al muelle al que lentamente nos estábamos acercando. Los dos ansiosos esperábamos a que el barco anclara en el puerto. Sintiéndome sola y buscando desesperadamente caras familiares, le pregunté al capitán “¿Quienes son mis padres?” Antes de que el pudiera contestarme, mi hermana Arantza de casi cinco años y mi hermano Bingen de dos años y medio venían corriendo por el muelle gritando mi nombre. Ahora ya no era Merceditas, me llamaban Mirentxu. Por cada situación en mi corta vida tenia un nombre nuevo. Desde muy temprana edad me llamaban diferentes nombres, según en la situación que me encontraba. La primera carta que “escribí” a mis padres en vísperas de mi tercer cumpleaños en Las Arenas, 1941, “mi firma” es Merceditas. Los primeros meses en Montevideo los niños en el parque me llamaban “la españolita” por mi acento europeo, cuando llegué a Venezuela las compañeras de trabajo me llamaban María Mercedes, los amigos “ché” por mi acento uruguayo. Cuando me nacionalicé como ciudadana americana en 1970 firmé Mirentxu que lo usé hasta que me di cuenta que resultaba difícil para pronunciar y el dulce nombre era transformado en “Merencho”, así que opté por mi nombre de pila Marie. Mi nombre en vasco continúa en la familia, siendo nuestra hija mayor Anne Miren y nuestra primera nieta Gizelle Mirentxu. Los varios nombres que llevo y las distintas nacionalidades que he tenido es una de las razones por las cuales el lema en el escudo de Paris es apropiado para contar un poco de mi historia “Fluctuat nec mergitur” o sea “arrojada por las olas, ella no se hunde.”

 Un poco nerviosa, desde la cubierta cambie unas pocas palabras con ama en el muelle. Aita agitaba sus manos y sonreía. Los demás nos miraban, pero nadie decía mucho. Me acuerdo que pregunté por mi hermano Xabier de 8 meses al que no lo veía, y ama respondió que el me esperaba en casa. El capitán me llevó a su cabina para recibir a mis padres en privado y para entregarme oficialmente a ellos. Los minutos pasaban lentamente, me parecían horas, cuando aita apareció en la puerta de la cabina e iba seguido por el resto de la familia y unos pocos amigos. Aita lleno de emoción me besaba y abrazaba llamándome “nere maitea”. Ama con lágrimas en sus ojos me tuvo abrazada junto así por mucho tiempo diciéndome “Que felices nos haces hija mía.” Mis hermanos me abrazaron. La emoción del momento fue intensa por parte de mis padres, y la mía por conocerlos a todos ellos. Cuantos deseos de hacerlo y por tanto tiempo, pero una vez hecho yo estaba lista para volver a casa con los tíos otra vez. Tal vez porque me di cuenta que todo lo que me rodeaba era muy diferente a lo que yo había vivido hasta ahora.

Después de despedirse muy cariñosos el Capitán y Torino salimos del barco y pronto llegamos a la casa en Juan Paullier 1615, tercer piso. El apartamento estaba ubicado a media cuadra de la Avenida 18 de Julio, famosa y frecuentada con multitud de comercios. El piso era muy lindo aunque un poco chiquito y en su cochecito estaba mi pequeño hermano Xabier que era precioso, gordito y rubio y me ganó enseguida con su sonrisa. Cerca estaba Lucinda Martínez llamada en casa “La Tata”, era la señora que cuidaba a mis hermanos y ayudaba en las tareas domésticas. Ella me dio la bienvenida cariñosamente. Meses mas tarde la Tata que era muy buena dibujante me ayudaría diseñando las hojas de mis redacciones escolares. En estas ocasiones ella me contaba orgullosa que era oriunda de la ciudad de Melo, capital del departamento de Cerro Largo, cuna de brillantes talentos literarios como la mítica Juana de America, y de Justino Zabala Muñiz. Su padre había quedado ciego después de una explosión del laboratorio donde trabajaba y la familia sufrió económicamente a razón de ello. Mientras mis padres entretenían a unos amigos del pueblo fui al cuarto que compartiría con mi hermana seguida por mis hermanos que querían ver las cosas que yo había traído. Mi hermana Arantza, era una niña linda, rubia que estaba muy interesada en todo lo que yo decía y hacia y me seguía a todas partes con su muñeca de trapo en brazos que ella llamaba “la pipi”. Mi hermano Bingen era un niño muy guapo con grandes ojos melancólicos, muy tranquilo, serio, observador y callado, tal vez intimidado ya que hasta ahora había tenido una hermana mayor para mandarle, y repentinamente tenía dos. Rodeada de ellos me sentí muy bien, aunque mi papel había cambiado, aquí era la mayor de tres hermanos, de 4, 2 años y 8 meses. Por la edad todos ellos necesitaban más cuidadosa atención que yo, y era difícil para una niña de 9 años aceptar esto después de haber sido hija sola por siete años. Cuanto cambio!

Al día siguiente de mi llegada nuestros padres me llevaron a conocer la ciudad. Tomamos un ómnibus al Parque Rodó, un centro de atracciones enorme y cerca de la playa. Arantza y Bingen venían con nosotros. Subimos a los carritos chocadores, y calesitas, pero a la montaña rusa nuestro padre subió con mis hermanos, porque yo no quería ir a esta última y ama se quedó conmigo. Nosotras dos fuimos paseando a la parte del parque donde abunda una flora incomparable con mucho verde y flores, cosa que a ella le encantaba. Era la primera vez que tenía a mi madre a solas conmigo desde que tenía dos años y medio. Cuanta separación de años, experiencias y el lazo de unión que se establece durante este tiempo. Ellos perdieron de mi existencia y yo de ellos y era difícil o que yo pensé, casi imposible de recobrar. En silencio mirábamos alrededor cuando sorprendida observé a un vendedor rodeado de niños que tenia un manojo de globos (látex) de todos los colores que combinaban con el ambiente multicolor. Yo nunca había visto globos antes, solamente los blancos que usaban los gigantes y cabezudos hechos con vejigas de animales y los cuales ellos usaban para pegar. Ama al ver mi sorpresa me compró dos enormes. Más tarde nos compraron algodón de azúcar. Yo solamente conocía el agua de azucarillo que acompaña al chocolate caliente. Todo resultaba desconocido. Y extrañaba no tener a Begoña conmigo. Muchos años mas tarde cuando le dije “todos los cambios que tuve que pasar hubieran sido mucho mas fácil contigo al lado, a lo que ella me contestó “a mi tampoco me gustó que tu me dejaste.”

En la sala de casa, debajo de la ventana, había unos estantes con libros. Aita me señaló una colección de libros que ama había comprado especialmente para mí. Uno era “Heidi”  la novela acerca de la vida de una niña viviendo bajo el cuidado de su abuelo en los Alpes Suizos. Y varios libros de la colección  de la Condesa de Segur, cuya autora es rusa y vinieron como exilados ella y su familia a Paris cuando tenía 13 años (1812). Se casó mas tarde con el Conde Eugene de Segur. Sus novelas están basadas en la vida de sus tres hijas. Una de sus hijas, Natalie de Segur, fue dama de honor de la Emperatriz Eugenia de Montijo. La primera novela de Segur que leí se llamaba “Las Niñitas Modelo” se trata de una familia feliz con tres hijas muy buenas, Camila, Magdalena y Margarita pero su amiga Sofía era muy diferente. Tenía envidia de sus amigas. Su madre estaba sin noticias de su esposo perdido en el mar, y en su casa reinaba la infelicidad. La autora enfoca en las tres niñas que a través de sus aventuras con Sofía aprenden el camino del bien y del mal. Y absorbí con  gusto los cuentos leyendo estos libros varias veces.

En el primer piso vivía una señora llamada Moma, ella era muy buena con nosotros, cuando nos oía bajar la escalera dejaba como al olvido, algún dulce en la repisa de la puerta y nosotros sabíamos que era para nosotros. Era riquísimo, y esto se hizo rutina, pronto se reuniría Bingen a esta hazaña. Xabier era muy joven para seguirnos. Como ellos no alcanzaban la repisa el poder yo conseguir la deleitosa comida me convertía en una heroína instantánea. Cuando iba a comprar el café a un lugar que se llamaba “El Chaná”  Arantza casi siempre quería acompañarme.  Quedaba en la calle Colonia, a una cuadra de casa, y no teníamos pérdida porque el aroma del café se olía desde que salíamos del portal. A mi hermana le encantaba hacer estas pequeñas excursiones conmigo, era algo nuevo para ella, aunque seguro que nuestros padres temblaban un poco cuando los pequeños me seguían porque yo era una novata en la ciudad.

La Tata nos llevaba al parque a las tardes, a tres cuadras de casa. Era el Parque de Los Aliados, nombre en homenaje a las Naciones Aliadas que vencieron en la Primera Guerra Mundial. El parque es enorme y con todas las variedades de árboles y plantas así como de mucha fauna, y monumentos como el Obelisco, la Carreta y el Estadio Centenario. Este estadio fue la sede del primer campeonato de futbol. Uruguay fue el primer campeón del mundo en 1930 y nuevamente en 1950 en el famoso “Maracanazo”. La Tata nos daba la merienda, no la barra de chocolate y panecillo que nos daban en Donosti, sino pan con dulce de leche, dulce típico criollo, que lo saboreamos con gusto. Pronto hicimos amigos con un grupo de niños, pero me llamaban “la españolita” cosa que me disgustaba porque ese mote hacia resaltar mi diferencia con ellos, pero nada podía decir para hacerles cambiar de idea hasta que no hablara con acento uruguayo.

Y estas cosas que sucedían a diario hacían que de vez en cuando me rebelaba contra la injusticia que yo veía y sentía dentro de mí y que por mi corta edad no la sabia expresar. Solamente mi conducta y mis estudios daban la pauta de ello. Porque yo comparaba la diferencia en la vida que llevaban mis hermanos y lo que fue y era la mía. Ellos crecieron al lado de nuestros padres, y todo lo tenían fácil, pero yo tuve que padecer, luchar, dejar y cambiar todo lo que me era familiar por el solo hecho de querer estar donde por nacimiento me pertenecía. Que difícil era para mí comprenderlo y aceptarlo.  Hoy en día en similares circunstancias todos los miembros de la familia estaríamos sometidos a una orientación psicopedagógica familiar. Pero ama supo superar las trabas con mucha paciencia y amor.

             El siquiatra austriaco Sigmund Freud nos dice que muchas culturas han hecho hincapié en la tristeza de las madres por estar separadas de sus hijos pequeños, pero poco se ha dicho históricamente sobre las consecuencias de la pérdida de las madres sufrida por los hijos pequeños. La necesidad básica de un niño es el amor y ternura de su madre y en su ausencia su mayor ansiedad es que tal amor se haya perdido. Así como lo es también la presencia del padre que da seguridad y confianza al hijo. Las dimensiones de este drama son imposibles de entender para alguien que no lo haya vivido. Ama entendía que yo tenía problemas de ajuste mejor que nadie, y aunque le era difícil hablar ahora con la niña que ella dejó tantos años atrás, ella supo esperar a que yo estuviera lista para ello. Para ella era menos difícil sobrellevar mis rebeldías que lo era para nuestro padre, tal vez porque entendía mejor mi lucha que también era su lucha. Me consta que las dos queríamos cerrar la brecha que se había abierto tras la separación de siete años. Y siempre surgía la pregunta ¿por que nuestra madre eligió a nuestro padre en vez de mi hermana y a mí? Aita trataba también de entenderme y acercarse, pero yo se lo hacia mas difícil a el. Y ama lo sabía, lo sentía en su corazón, lo entendía y doblemente era su pena. Y al oírle a ella expresar su dolor me hizo quererla más. Al final su confianza en mí, su preocupación y cariño obraron milagros. Cuando alguien confía en nosotros, le añade valor a nuestra vida.

              En la casa teníamos disciplina para las horas de las comidas y de acostarnos siempre a la misma hora. Aunque el almuerzo comíamos todos juntos la hora de cenar nosotros casi siempre comíamos antes que nuestros padres, ya que ellos no estaban en casa mucho de los días a esa hora. Nos la servia la Tata todas las noches a las siete en punto. El ir a la cama también estaba regido por un horario casi inflexible que no nos dejaba estar en sus tertulias o en sus trabajos nocturnos. Esta rutina la seguíamos todas las noches. Después de nosotros retirarnos a la cama, nuestro padre aprovechando la paz de la casa, trabajaba afanosamente en sus traducciones y trabajos literarios en su escritorio, junto a él en un sillón especial, ama cosía la ropa para nosotros o tejía en silencio y así los dos se hacían compañía trabajando en lo que con tanto amor hacia cada uno hasta las altas horas de la noche. Ama a menudo me pedía le ayudara a devanar las madejas de lana, y me enseñaba el arte de tejer y con gusto empecé a tejer y hacer cañamazo a su lado y lo he seguido practicando casi toda mi vida, también alfombras pequeñas para el cuarto de los niños que ella también hizo.

               La baja financiera un poco antes de mi llegada hizo más dramático el ajuste. Con mi arribo, la casa se hacía muy pequeña, en solo un año llegaron dos hijos más. A los pocos meses de yo llegar nos mudamos a  Francisco Araucho #1235, piso 3º, Apto. 6. El edificio estaba recién construido, lo estrenábamos nosotros. Era más grande, y espacioso y muy bien ubicado, cerca del colegio y frente del parque José Pedro Varela al cual íbamos casi todos los días. Dicha plaza es de forma triangular rodeada por el Boulevard Artigas, la Avenida Brasil y la calle Canelones, es una de las plazas más bellas y espaciosas de Montevideo. La parte que da al Boulevard tiene un precioso monumento de bronce y mármol dedicado al gran educador del pueblo uruguayo que está tallado en bronce con un libro en la mano izquierda y un lápiz en la mano derecha y a sus pies varios libros. Foto muestra a la izquierda un balcón que era la sala, una ventana, cuarto de nuestros padres, y el otro balcón donde aita tenía su escritorio y biblioteca.

  Una cosa que todavía era ajena en la vida de mis hermanos era la caída de dientes de leche, y cuando se me cayó uno, un nuevo acontecimiento llegó a casa; la leyenda del Ratoncito Pérez. Era una novedad para ellos ver que yo colocara el diente debajo de la almohada mientras dormía y un ratón me lo cambiaba por un regalo o dinero. Mi hermana soñaba con el momento de quedarse desdentada. El cuento del ratoncito Pérez dice que «…Entre la muerte del Rey que rabió y el advenimiento al trono de la Reina Mari-Castaña existe un largo y obscuro periodo en las crónicas, de que quedan pocas memorias. Consta, sin embargo, que floreció en aquella época un rey Buby I, grande amigo de los niños pobres y protector decidido de los ratones...» El era un ratón muy pequeño, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo y una cartera roja, colocada a la espalda. Nos dicen que el ratón vivía con su familia dentro de una gran caja de galletas, en el almacén de una famosa confitería, apenas a cien metros del Palacio Real. El pequeño roedor se escapaba frecuentemente de su domicilio y, a través de las cañerías de la ciudad, llegaba a las habitaciones del pequeño rey Bubi I y las de otros niños más pobres que habían perdido algún diente, despistando a los gatos, que siempre estaban al acecho. En la Avenida 18 de julio había una tienda dedicada al ratoncito Pérez.

               Los sábados a la mañana íbamos a la playa Pocitos en el autobús 121. Los domingos a la tarde visitábamos a los amigos de la familia, a veces nos íbamos al balneario de Carrasco. Este era elegante y sofisticado centro turístico a unos 20 kilómetros de la ciudad que tiene los mas variados tipos de arquitectura, el edificio del que yo mas me acuerdo era el Hotel Casino, porque el autobús nos dejaba al lado, un magnifico edificio rodeado de jardines y esculturas, y de aquí caminábamos pasando por bellos campos con fragantes eucaliptos que ofrecía un escenario perfecto para las misteriosas y divertidas historias que nuestro padre contaba a los hermanos pequeños. En Carrasco vivía María Ana Bidegaray de Janssen, a la que llamábamos Marianita, nacida en Hasparen, Laburdi, madrina de Xabier y muy amiga de la familia. (Foto) Era la persona que yo más admiraba en Montevideo, y a su memoria bautizamos a nuestra primera hija con el nombre de Anne Miren. No era solamente su cultura, su fineza, su delicada figura, pero su inteligencia, su encanto y su humanidad en el trato. Me encantaba oír sus historias del viejo oriente y me acuerdo observar en la salita de estar de su casa dos pinturas relacionadas con las torturas de la China medieval que no iban con su persona, pero que ella nos explicó una vez que la consecuencia de desobedecer al Emperador era tortura y muerte. Ella fue la autora el primer libro editado en Uruguay con relación a la cultura vasca, Cuna Vasca en 1948. Años después en la despedida a nosotros en Euskal Erria ella me tomó aparte para hablarme cariñosamente de muchas cosas. Como sabia tanto de mi vida? Entre ellas, de mi papel y obligaciones de hija mayor, yo con lágrimas en los ojos le abracé, y agradecí sus palabras, aunque no me acuerdo haber seguido todos sus sabios consejos.

A los dos meses después de mi llegada y antes de empezar el colegio, fuimos a un estudio para sacarnos una foto oficial familiar, ama había confeccionado todas las prendas que lucimos en esta foto. Esta foto siempre ha estado en el comedor de casa. Aita estaba al lado, pero por alguna razón no en la foto. Estábamos en marzo, y con este mes el primer día de la escuela. Ama, Arantza y yo fuimos a comprar los uniformes con entusiasmo a la tienda El Cabezón, enorme almacén cerca de casa que tenia de todo. Y listas la primera semana de marzo empezamos el colegio. Aunque no conocía a nadie pronto hice de la escuela, Colegio y Liceo Santo Domingo de las Hermanas Dominicas francesas, mi segundo hogar. La escuela y las hermanas llegaron a ser un atesorado santuario a medida que iba creciendo e hice de amigas a las que seguí escribiendo después de salir de Uruguay hasta la víspera de casarme.

              Otras visitas casi mensuales eran a la prima carnal de aita, Ludovina Amezaga y su esposo Ambrosio Uriarte. Mientras nuestros padres hablaban con los primos la hermana melliza de Ambrosio que vivía con ellos nos mostraba las ricas mermeladas que ella hacia y guardaba celosamente en la amplia despensa. A la muerte de Ambrosio, Ludovina ya mayor y un poco frágil de salud fue a vivir a una casa de ancianas donde fuimos a visitarla frecuentemente y la despedimos en vísperas de partir. En esta última visita me di cuenta del alma tan bondadosa y compasiva que en ella abrigaba y de lo ferviente que era su fe, y ese último día la percibí como una santa. Cuando le comente a aita mas tarde, me respondió siendo un Amezaga no te quepa la menor duda…

Un viernes 7 de mayo de 1948 amaneció lluvioso y triste, y los estruendosos ruidos de tambores improvisados con tapas de cazuela me despertaron, la familia entera, incluida la Tata, me despertaron con regalos. Era mi primer cumpleaños en America, cumplía 10 años. Corriendo y contenta desayuné y vestida con el uniforme estaba lista para ir al colegio cuando ama me dijo que tenían una sorpresa preparada para mi esa tarde. Cuando volví a la hora de comer, yo no veía ni oía nada más que un débil susurro al almuerzo de “Zorionak Zurik”. Fui al colegio a la tarde, esta vez llevando a mi hermana Arantza de cinco años, que iba a “jardinera”. Ama me había dado un poco de cambio para comprar uno de mis antojos del momento, chicle bomba, que compartí con mi hermana, pero aun así ella no me anticipó la sorpresa que me esperaba.  Cuando regresamos a la tarde a casa, toda la casa estaba iluminada y engalanada con serpentinas y miles de globos multicolores. En la mesa del comedor había una torta grande con 10 velas y en el centro una grande y solitaria. Xabier cumplía en pocos días su primer año, y aunque no lo sabía, el estaba incluido en el agasajo. Enseguida empezó a llenarse el pequeño apartamento con una docena de hijos de amigos de nuestros padres. Al fondo de la sala una silla especial estaba reservada para Juan Uraga, un querido amigo de la familia, exalcalde de Baracaldo, que había salvado su vida durante la guerra civil española pasando a Francia cruzando los Pirineos en un cambio de guardia. Para el no había manjar mejor que el arroz con leche que ama le preparaba y lo saboreaba con placer en cada ocasión. Después de soplar las velas mías y la única de mi hermano y comer la gran “colineta” o torta tuvimos una película de Chaplin que nuestro entrañable amigo de la familia Pedro Arteche siempre nos brindaba. El había nacido en Bilbao y llegó a Uruguay con sus padres siendo muy joven. El y su esposa tenían dos hijas Nora y Marta un poco mayores que yo, era una familia muy querida por todos nosotros.

Ma. Luisa de Biraben durante la fiesta le pidió permiso a ama para llevarme días después al cine, para ver la película musical de fantasía “El Mago de OZ”  que se trata de una joven estadounidense arrastrada por un tornado y dejada en una fantástica tierra donde habitan brujas buenas y malas, un espantapájaros que habla, un león cobarde, un hombre de hojalata y otros seres extraordinarios. Fue la primera vez que fui a ver una película en Montevideo, y era muy diferente a las que yo había ido a ver en Las Arenas y Bilbao

           Ama era la promotora de celebrar festividades familiares, lo mismo que para las ocasiones especiales como cuando nos visitaban los amigos vascos de Buenos Aires. Ella cocinaba muy bien y disfrutaba haciéndolo. Me acuerdo de algunos de los visitantes de Buenos Aires como de Pedro Basaldua, los esposos Lasarte, José María Aldasoro y era toda una ocasión para ama hacer los mejores platos. Se acostaba leyendo el recetario de cocina. En los  aniversarios y cumpleaños nuestros, que nunca se pasaban por alto, eran parte de un legado que ama y aita nos daban ese día especial al citar sucesos acerca de nuestro nacimiento, historias de ellos durante la Guerra Civil Española, y de la Segunda Guerra Mundial vivida en Paris, de los abuelos, y los otros miembros de familia. Con todas estas historias ellos construían en cierto modo la unión familiar, fortalecían la cultura, compartiendo temas de interés común y transmitiendo sus valores a nosotros y con ello nos hacían sentir parte importante del núcleo familiar al dar un sentido de pertenencia a la familia y como consecuencia a la sociedad en que vivíamos. Su último trabajo de grabar los quince casetes fue parte de ese legado.

            Parte de lo que decimos a nuestros hijos puede marcar sus vidas para siempre. Nuestros pensamientos dictan lo que decimos, de la abundancia del corazón habla la boca y por ello es mejor hablar positivamente en vez de negativamente. Lo complicado de todo esto, es aceptar a cada uno de los miembros de la familia, apreciarlos y quererlos como son, mostrando interés y preocupación por el otro en vez de recelo, dándose cuenta también que a veces damos mas de lo que recibimos, y aceptarlo porque habrá ocasiones en que recibimos mas de lo que damos, y saber ser agradecido. La armonía y amor familiar es un gran tesoro que todos debemos alimentarlo.          

            Aún en celebraciones familiares nuestra madre no solamente se esmeraba en la comida sino en la presentación. La mesa lucia con un mantel especial, blanco de hilo bordado en azul añil, y la fina loza usada solamente para estas ocasiones. En todas estas fechas Begoña se hacia presente espiritualmente cuando en una silla vacía se ponía su retrato para acompañarnos en las festividades. Aita siempre alegraba las festividades con alguna narración a veces chistosa y hasta con una canción. Esperábamos los postres con alma en pena porque ama siempre tenía sorpresas, ella ponía vintenes (moneda uruguaya) dentro de la torta y con ansiedad todos nosotros mirábamos por ello no por el valor sino para sentirnos especiales, pero yo creo que la que mas gozaba era ella

             Viviendo en el Hemisferio Sur la época navideña era en verano, y nos sentíamos discriminados porque las postales presentaban a los Reyes Magos con su pesada vestimenta invernal en camellos. Nosotros queríamos unos reyes ligeros de ropa, y a bordo de yates llegando a nuestras playas por el mar, donde nosotros estábamos casi todos los días en esta época. Nuestras postales en vez de paisaje nevado hubieran tenido que ser de arena y palmeras. Pero la realidad es diferente, se nos dijo, porque en la ciudad de Belén esta época es muy fría con viento y escarcha por estar cerca del desierto con nieve en las zonas altas, y por lo tanto el pesebre mismo ya que estaba enclavado en lo alto de una pequeña colina.

             Navidad para nosotros los hijos era una dulce palabra que evocaba a la mente dulces recuerdos de regalos y rica comida. Para nuestros padres esta época era un tanto agridulce añorando las lejanas fiestas dejadas atrás, eran las navidades del destierro, como aita las llamaba. Nuestra madre cuando llegaba esta época exhibía su talento artístico construyendo un precioso Belén con papel mache tratando de imitar los elementos del país de paisaje árido y rocoso ante el cual ponía las figuras sagradas en el pesebre.

Gure Ama -Gure Ama1 -Gure Ama2 -Gure Ama3 -Gure Ama4 -Gure Ama5 -Gure Ama6 -Gure Ama7 -Gure Ama8 -Gure Ama9

I) Vida de Mercedes Iribarren de Ametzaga -Gure Ama - Tributo a nuestra Ama, por Mirentxu Ametzaga 

 

I.1 Vida de Mercedes Iribarren de Ametzaga -Gure Ama

I.2  Life of Mercedes Iribarren de Ametzaga - Our Mother

II) La mujer que acompaño a Vicente de Ametzaga Aresti - por Xabier I. Ametzaga

 

II.1 La mujer que acompaño a Vicente de Ametzaga Aresti

III) Mis manos quieren hablar - mi poema a mi Ama - por Xabier I. Ametzaga

 

III.1 Mis manos quieren hablar - mi poema a mi Ama

IV) Publicaciones en Internet relacionadas 

 

IV.1 Sitio en Internet que lleva el nombre de Vicente de Ametzaga Aresti

IV.2 Los tres Barcos que llevaron a Ama y Aita

IV.3 Travesia

IV.4 Reunion familiar Amezagaeguberriak

IV. 5 Antecedentes

IV. 6 Publicacion en Internet de toda la obra de Aita - la que ella ordeno y recopilo

IV. 7 Publicaciones Xamezaga Editor Internet

 
Sitio en Internet en homenaje a Mercedes Iribarren de Ametzaga.
http://mercedesiribarrengorostegui.blogspot.com
Creacion, Edicion y contacto: Xabier Iñaki Ametzaga Iribarren
e-mail: xabieramezaga@gmail.com
Blog Xabier Amezaga Iribarren: http://xabieramezaga.blogspot.com
Editorial Xamezaga