|
|
|
|
La mujer que acompaño a Vicente de Ametzaga Aresti | |
|
|
CAPITULO
III MONTEVIDEO
Un
poco nerviosa, desde la cubierta cambie unas pocas palabras con ama en el
muelle. Aita agitaba sus manos y sonreía. Los demás nos miraban, pero
nadie decía mucho. Me acuerdo que pregunté por mi hermano Xabier de 8
meses al que no lo veía, y ama respondió que el me esperaba en casa. El
capitán me llevó a su cabina para recibir a mis padres en privado y para
entregarme oficialmente a ellos. Los minutos pasaban lentamente, me parecían
horas, cuando aita apareció en la puerta de la cabina e iba seguido por el
resto de la familia y unos pocos amigos. Aita lleno de emoción me besaba y
abrazaba llamándome “nere maitea”. Ama con lágrimas en sus ojos me
tuvo abrazada junto así por mucho tiempo diciéndome “Que felices nos
haces hija mía.” Mis hermanos me abrazaron. La emoción del momento fue
intensa por parte de mis padres, y la mía por conocerlos a todos ellos.
Cuantos deseos de hacerlo y por tanto tiempo, pero una vez hecho yo estaba
lista para volver a casa con los tíos otra vez. Tal vez porque me di cuenta
que todo lo que me rodeaba era muy diferente a lo que yo había vivido hasta
ahora. Después
de despedirse muy cariñosos el Capitán y Torino salimos del barco y pronto
llegamos a la casa en Juan Paullier 1615, tercer piso. El apartamento estaba
ubicado a media cuadra de la Avenida 18 de Julio, famosa y frecuentada con
multitud de comercios. El piso era muy lindo aunque un poco chiquito y en su
cochecito estaba mi pequeño hermano Xabier que era precioso, gordito y
rubio y me ganó enseguida con su sonrisa. Cerca estaba Lucinda Martínez
llamada en casa “La Tata”, era la señora que cuidaba a mis hermanos y
ayudaba en las tareas domésticas. Ella me dio la bienvenida cariñosamente.
Meses mas tarde la Tata que era muy buena dibujante me ayudaría diseñando
las hojas de mis redacciones escolares. En estas ocasiones ella me contaba
orgullosa que era oriunda de la ciudad de Melo, capital del departamento de
Cerro Largo, cuna de brillantes talentos literarios como la mítica Juana de
America, y de Justino Zabala Muñiz. Su padre había quedado ciego después
de una explosión del laboratorio donde trabajaba y la familia sufrió económicamente
a razón de ello. Mientras mis padres entretenían a unos amigos del pueblo
fui al cuarto que compartiría con mi hermana seguida por mis hermanos que
querían ver las cosas que yo había traído. Mi hermana Arantza, era una niña
linda, rubia que estaba muy interesada en todo lo que yo decía y hacia y me
seguía a todas partes con su muñeca de trapo en brazos que ella llamaba
“la pipi”. Mi hermano Bingen era un niño muy guapo con grandes ojos
melancólicos, muy tranquilo, serio, observador y callado, tal vez
intimidado ya que hasta ahora había tenido una hermana mayor para mandarle,
y repentinamente tenía dos. Rodeada de ellos me sentí muy bien, aunque mi
papel había cambiado, aquí era la mayor de tres hermanos, de 4, 2 años y
8 meses. Por la edad todos ellos necesitaban más cuidadosa atención que
yo, y era difícil para una niña de 9 años aceptar esto después de haber
sido hija sola por siete años. Cuanto cambio! Al
día siguiente de mi llegada nuestros padres me llevaron a conocer la
ciudad. Tomamos un ómnibus al Parque Rodó, un centro de atracciones enorme
y cerca de la playa. Arantza y Bingen venían con nosotros. Subimos a los
carritos chocadores, y calesitas, pero a la montaña rusa nuestro padre subió
con mis hermanos, porque yo no quería ir a esta última y ama se quedó
conmigo. Nosotras dos fuimos paseando a la parte del parque donde abunda una
flora incomparable con mucho verde y flores, cosa que a ella le encantaba.
Era la primera vez que tenía a mi madre a solas conmigo desde que tenía
dos años y medio. Cuanta separación de años, experiencias y el lazo de
unión que se establece durante este tiempo. Ellos perdieron de mi
existencia y yo de ellos y era difícil o que yo pensé, casi imposible de
recobrar. En silencio mirábamos alrededor cuando sorprendida observé a un
vendedor rodeado de niños que tenia un manojo de globos (látex) de todos
los colores que combinaban con el ambiente multicolor. Yo nunca había visto
globos antes, solamente los blancos que usaban los gigantes y cabezudos
hechos con vejigas de animales y los cuales ellos usaban para pegar. Ama al
ver mi sorpresa me compró dos enormes. Más tarde nos compraron algodón de
azúcar. Yo solamente conocía el agua de azucarillo que acompaña al
chocolate caliente. Todo resultaba desconocido. Y extrañaba no tener a Begoña
conmigo. Muchos años mas tarde cuando le dije “todos los cambios que tuve
que pasar hubieran sido mucho mas fácil contigo al lado, a lo que ella me
contestó “a mi tampoco me gustó que tu me dejaste.” En
la sala de casa, debajo de la ventana, había unos estantes con libros. Aita
me señaló una colección de libros que ama había comprado especialmente
para mí. Uno era “Heidi” la novela acerca de la vida de una niña viviendo bajo el
cuidado de su abuelo en los Alpes Suizos. Y varios libros de la colección
de la Condesa de Segur, cuya autora es rusa y vinieron como exilados
ella y su familia a Paris cuando tenía 13 años (1812). Se casó mas tarde
con el Conde Eugene de Segur. Sus novelas están basadas en la vida de sus
tres hijas. Una de sus hijas, Natalie de Segur, fue dama de honor de la
Emperatriz Eugenia de Montijo. La primera novela de Segur que leí se
llamaba “Las Niñitas Modelo” se trata de una familia feliz con tres
hijas muy buenas, Camila, Magdalena y Margarita pero su amiga Sofía era muy
diferente. Tenía envidia de sus amigas. Su madre estaba sin noticias de su
esposo perdido en el mar, y en su casa reinaba la infelicidad. La autora
enfoca en las tres niñas que a través de sus aventuras con Sofía aprenden
el camino del bien y del mal. Y absorbí con
gusto los cuentos leyendo estos libros varias veces. En
el primer piso vivía una señora llamada Moma, ella era muy buena con
nosotros, cuando nos oía bajar la escalera dejaba como al olvido, algún
dulce en la repisa de la puerta y nosotros sabíamos que era para nosotros.
Era riquísimo, y esto se hizo rutina, pronto se reuniría Bingen a esta
hazaña. Xabier era muy joven para seguirnos. Como ellos no alcanzaban la
repisa el poder yo conseguir la deleitosa comida me convertía en una heroína
instantánea. Cuando iba a comprar el café a un lugar que se llamaba “El
Chaná” Arantza casi siempre
quería acompañarme. Quedaba
en la calle Colonia, a una cuadra de casa, y no teníamos pérdida porque el
aroma del café se olía desde que salíamos del portal. A mi hermana le
encantaba hacer estas pequeñas excursiones conmigo, era algo nuevo para
ella, aunque seguro que nuestros padres temblaban un poco cuando los pequeños
me seguían porque yo era una novata en la ciudad. La
Tata nos llevaba al parque a las tardes, a tres cuadras de casa. Era el
Parque de Los Aliados, nombre en homenaje a las Naciones Aliadas que
vencieron en la Primera Guerra Mundial. El parque es enorme y con todas las
variedades de árboles y plantas así como de mucha fauna, y monumentos como
el Obelisco, la Carreta y el Estadio Centenario. Este estadio fue la sede
del primer campeonato de futbol. Uruguay
fue el primer campeón del mundo en 1930 y nuevamente en 1950 en el famoso
“Maracanazo”. La Tata nos daba la merienda, no la barra de chocolate y
panecillo que nos daban en Donosti, sino pan con dulce de leche, dulce típico
criollo, que lo saboreamos con gusto. Pronto hicimos amigos con un grupo de
niños, pero me llamaban “la españolita” cosa que me disgustaba porque
ese mote hacia resaltar mi diferencia con ellos, pero nada podía decir para
hacerles cambiar de idea hasta que no hablara con acento uruguayo. Y
estas cosas que sucedían a diario hacían que de vez en cuando me rebelaba
contra la injusticia que yo veía y sentía dentro de mí y que por mi corta
edad no la sabia expresar. Solamente mi conducta y mis estudios daban la
pauta de ello. Porque yo comparaba la diferencia en la vida que llevaban mis
hermanos y lo que fue y era la mía. Ellos crecieron al lado de nuestros
padres, y todo lo tenían fácil, pero yo tuve que padecer, luchar, dejar y
cambiar todo lo que me era familiar por el solo hecho de querer estar donde
por nacimiento me pertenecía. Que difícil era para mí comprenderlo y
aceptarlo. Hoy en día en
similares circunstancias todos los miembros de la familia estaríamos
sometidos a una orientación psicopedagógica familiar. Pero ama supo
superar las trabas con mucha paciencia y amor.
El siquiatra austriaco Sigmund Freud nos dice que muchas culturas han
hecho hincapié en la tristeza de las madres por estar separadas de sus
hijos pequeños, pero poco se ha dicho históricamente sobre las
consecuencias de la pérdida de las madres sufrida por los hijos pequeños.
La necesidad básica de un niño es el amor y ternura de su madre y en su
ausencia su mayor ansiedad es que tal amor se haya perdido. Así como lo es
también la presencia del padre que da seguridad y confianza al hijo. Las
dimensiones de este drama son imposibles de entender para alguien que no lo
haya vivido. Ama entendía que yo tenía problemas de ajuste mejor que
nadie, y aunque le era difícil hablar ahora con la niña que ella dejó
tantos años atrás, ella supo esperar a que yo estuviera lista para ello.
Para ella era menos difícil sobrellevar mis rebeldías que lo era para
nuestro padre, tal vez porque entendía mejor mi lucha que también era su
lucha. Me consta que las dos queríamos cerrar la brecha que se había
abierto tras la separación de siete años. Y siempre surgía la pregunta ¿por
que nuestra madre eligió a nuestro padre en vez de mi hermana y a mí? Aita
trataba también de entenderme y acercarse, pero yo se lo hacia mas difícil
a el. Y ama lo sabía, lo sentía en su corazón, lo entendía y doblemente
era su pena. Y al oírle a ella expresar su dolor me hizo quererla más. Al
final su confianza en mí, su preocupación y cariño obraron milagros.
Cuando alguien confía en nosotros, le añade valor a nuestra vida.
En la casa teníamos disciplina para las horas de las comidas y de
acostarnos siempre a la misma hora. Aunque el almuerzo comíamos todos
juntos la hora de cenar nosotros casi siempre comíamos antes que nuestros
padres, ya que ellos no estaban en casa mucho de los días a esa hora. Nos
la servia la Tata todas las noches a las siete en punto. El ir a la cama
también estaba regido por un horario casi inflexible que no nos dejaba
estar en sus tertulias o en sus trabajos nocturnos. Esta rutina la seguíamos
todas las noches. Después de nosotros retirarnos a la cama, nuestro padre
aprovechando la paz de la casa, trabajaba afanosamente en sus traducciones y
trabajos literarios en su escritorio, junto a él en un sillón especial,
ama cosía la ropa para nosotros o tejía en silencio y así los dos se hacían
compañía trabajando en lo que con tanto amor hacia cada uno hasta las
altas horas de la noche. Ama a menudo me pedía le ayudara a devanar las
madejas de lana, y me enseñaba el arte de tejer y con gusto empecé a tejer
y hacer cañamazo a su lado y lo he seguido practicando casi toda mi vida,
también alfombras pequeñas para el cuarto de los niños que ella también
hizo.
Una cosa que todavía era ajena en la vida de mis hermanos era la caída
de dientes de leche, y cuando se me cayó uno, un nuevo acontecimiento llegó
a casa; la leyenda del Ratoncito Pérez.
Era una novedad para ellos ver que yo colocara el diente debajo de la
almohada mientras dormía y un ratón me lo cambiaba por un regalo o dinero.
Mi hermana soñaba con el momento de quedarse desdentada. El cuento
del ratoncito Pérez dice que «…Entre
la muerte del Rey que rabió y el advenimiento al trono de la Reina
Mari-Castaña existe un largo y obscuro periodo en las crónicas, de que
quedan pocas memorias. Consta, sin embargo, que floreció en aquella época
un rey Buby I, grande amigo de los niños pobres y protector decidido de los
ratones...» El era un ratón muy
pequeño, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo y una
cartera roja, colocada a la espalda. Nos dicen que el ratón vivía
con su familia dentro de una gran
caja de galletas, en el almacén de una famosa confitería, apenas a
cien metros del Palacio Real. El pequeño roedor se escapaba frecuentemente
de su domicilio y, a través
de las cañerías de la ciudad, llegaba a las habitaciones del pequeño rey
Bubi I y las de otros niños más pobres que habían perdido algún diente,
despistando a los gatos, que siempre estaban al acecho. En la Avenida 18 de
julio había una tienda dedicada al ratoncito Pérez.
A los dos
meses después de mi llegada y antes de empezar el colegio, fuimos a un
estudio para sacarnos una foto oficial familiar, ama había confeccionado
todas las prendas que lucimos en esta foto. Esta foto siempre ha estado en
el comedor de casa. Aita estaba al lado, pero por alguna razón no en la
foto. Estábamos en marzo, y con
este mes el primer día de la escuela. Ama, Arantza y yo fuimos a comprar
los uniformes con entusiasmo a la tienda El Cabezón, enorme almacén cerca
de casa que tenia de todo. Y listas la primera semana de marzo empezamos el
colegio. Aunque no conocía a nadie pronto hice de la escuela, Colegio y
Liceo Santo Domingo de las Hermanas Dominicas francesas, mi segundo hogar.
La escuela y las hermanas llegaron a ser un atesorado santuario a medida que
iba creciendo e hice de amigas a las que seguí escribiendo después de
salir de Uruguay hasta la víspera de casarme.
Otras visitas casi mensuales eran a la prima carnal de aita, Ludovina
Amezaga y su esposo Ambrosio Uriarte. Mientras nuestros padres hablaban con
los primos la hermana melliza de Ambrosio que vivía con ellos nos mostraba
las ricas mermeladas que ella hacia y guardaba celosamente en la amplia
despensa. A la muerte de Ambrosio, Ludovina ya mayor y un poco frágil de
salud fue a vivir a una casa de ancianas donde fuimos a visitarla
frecuentemente y la despedimos en vísperas de partir. En esta última
visita me di cuenta del alma tan bondadosa y compasiva que en ella abrigaba
y de lo ferviente que era su fe, y ese último día la percibí como una
santa. Cuando le comente a aita mas tarde, me respondió siendo un Amezaga
no te quepa la menor duda… Un
viernes 7 de mayo de 1948 amaneció lluvioso y triste, y los estruendosos
ruidos de tambores improvisados con tapas de cazuela me despertaron, la
familia entera, incluida la Tata, me despertaron con regalos. Era mi primer
cumpleaños en America, cumplía 10 años. Corriendo y contenta desayuné y
vestida con el uniforme estaba lista para ir al colegio cuando ama me dijo
que tenían una sorpresa preparada para mi esa tarde. Cuando volví a la
hora de comer, yo no veía ni oía nada más que un débil susurro al
almuerzo de “Zorionak Zurik”. Fui al colegio a la tarde, esta vez
llevando a mi hermana Arantza de cinco años, que iba a “jardinera”. Ama
me había dado un poco de cambio para comprar uno de mis antojos del
momento, chicle bomba, que compartí con mi hermana, pero aun así ella no
me anticipó la sorpresa que me esperaba.
Cuando regresamos a la tarde a casa, toda la casa estaba iluminada y
engalanada con serpentinas y miles de globos multicolores. En la mesa del
comedor había una torta grande con 10 velas y en el centro una grande y
solitaria. Xabier cumplía en pocos días su primer año, y aunque no lo sabía,
el estaba incluido en el agasajo. Enseguida empezó a llenarse el pequeño
apartamento con una docena de hijos de amigos de nuestros padres. Al fondo
de la sala una silla especial estaba reservada para Juan Uraga, un querido
amigo de la familia, exalcalde de Baracaldo, que había salvado su vida
durante la guerra civil española pasando a Francia cruzando los Pirineos en
un cambio de guardia. Para el no había manjar mejor que el arroz con leche
que ama le preparaba y lo saboreaba con placer en cada ocasión. Después de
soplar las velas mías y la única de mi
Ma.
Luisa de Biraben durante la fiesta le pidió permiso a ama para llevarme días
después al cine, para ver la película musical de fantasía “El Mago de
OZ” que se trata de una joven
estadounidense arrastrada por un tornado y dejada en una fantástica tierra
donde habitan brujas buenas y malas, un espantapájaros que habla, un león
cobarde, un hombre de hojalata y otros seres extraordinarios. Fue la primera
vez que fui a ver una película en Montevideo, y era muy diferente a las que
yo había ido a ver en Las Arenas y Bilbao
Ama era la promotora de celebrar festividades familiares, lo mismo
que para las ocasiones especiales como cuando nos visitaban los amigos
vascos de Buenos Aires. Ella cocinaba muy bien y disfrutaba haciéndolo. Me
acuerdo de algunos de los visitantes de Buenos Aires como de Pedro Basaldua,
los esposos Lasarte, José María Aldasoro y era toda una ocasión para ama
hacer los mejores platos. Se acostaba leyendo el recetario de cocina. En los
aniversarios y cumpleaños nuestros, que nunca se pasaban por alto,
eran parte de un legado que ama y aita nos daban ese día especial al citar
sucesos acerca de nuestro nacimiento, historias de ellos durante la Guerra
Civil Española, y de la Segunda Guerra Mundial vivida en Paris, de los
abuelos, y los otros miembros de familia. Con todas estas historias ellos
construían en cierto modo la unión familiar, fortalecían la cultura,
compartiendo temas de interés común y transmitiendo sus valores a nosotros
y con ello nos hacían sentir parte importante del núcleo familiar al dar
un sentido de pertenencia a la familia y como consecuencia a la sociedad en
que vivíamos. Su último trabajo de grabar los quince casetes fue parte de
ese legado.
Parte de lo que decimos a nuestros hijos puede marcar sus vidas para
siempre. Nuestros pensamientos dictan lo que decimos, de la abundancia del
corazón habla la boca y por ello es mejor hablar positivamente en vez de
negativamente. Lo complicado de todo esto, es aceptar a cada uno de los
miembros de la familia, apreciarlos y quererlos como son, mostrando interés
y preocupación por el otro en vez de recelo, dándose cuenta también que a
veces damos mas de lo que recibimos, y aceptarlo porque habrá ocasiones en
que recibimos mas de lo que damos, y saber ser agradecido. La armonía y
amor familiar es un gran tesoro que todos debemos alimentarlo.
Aún en celebraciones familiares nuestra madre no solamente se
esmeraba en la comida sino en la presentación. La mesa lucia con un mantel
especial, blanco de hilo bordado en azul añil, y la fina loza usada
solamente para estas ocasiones. En todas estas fechas Begoña se hacia
presente espiritualmente cuando en una silla vacía se ponía su retrato
para acompañarnos en las festividades. Aita siempre alegraba las
festividades con alguna narración a veces chistosa y hasta con una canción.
Esperábamos los postres con alma en pena porque ama siempre tenía
sorpresas, ella ponía vintenes (moneda uruguaya) dentro de la torta y con
ansiedad todos nosotros mirábamos por ello no por el valor sino para
sentirnos especiales, pero yo creo que la que mas gozaba era ella
Viviendo en el Hemisferio Sur la época navideña era en verano, y
nos sentíamos discriminados porque las postales presentaban a los Reyes
Magos con su pesada vestimenta invernal en camellos. Nosotros queríamos
unos reyes ligeros de ropa, y a bordo de yates llegando a nuestras playas
por el mar, donde nosotros estábamos casi todos los días en esta época.
Nuestras postales en vez de paisaje nevado hubieran tenido que ser de arena
y palmeras. Pero la realidad es diferente, se nos dijo, porque en la ciudad
de Belén esta época es muy fría con viento y escarcha por estar cerca del
desierto con nieve en las zonas altas, y por lo tanto el pesebre mismo ya
que estaba enclavado en lo alto de una pequeña colina.
Navidad para nosotros los hijos era una dulce palabra que evocaba a
la mente dulces recuerdos de regalos y rica comida. Para nuestros padres
esta época era un tanto agridulce añorando las lejanas fiestas dejadas atrás,
eran las navidades del destierro, como aita las llamaba. Nuestra madre
cuando llegaba esta época exhibía su talento artístico construyendo un
precioso Belén con papel mache tratando de imitar los elementos del país
de paisaje árido y rocoso ante el cual ponía las figuras sagradas en el
pesebre.
|
I) Vida de Mercedes Iribarren de Ametzaga -Gure Ama - Tributo a nuestra Ama, por Mirentxu Ametzaga |
||||||
|
||||||
II) La mujer que acompaño a Vicente de Ametzaga Aresti - por Xabier I. Ametzaga |
||||||
|
||||||
III) Mis manos quieren hablar - mi poema a mi Ama - por Xabier I. Ametzaga |
||||||
|
||||||
IV) Publicaciones en Internet relacionadas |
||||||
|
||||||
|